junio 11, 2005

Hay cabras en los árboles...

Debo confesar que Alberto Ruy Sánchez me cautiva más como persona que como escritor: tiene siempre un aspecto formal y con su voz pausada es capaz de decir frases directas con un volumen mesurado y transmitir una tranquilidad tal, que te atrapará por completo... al menos a mí me sucede cada vez que lo escucho hablar.

La primera noticia que tuve de él fue por ahí de 1994, gracias a mi gran maestro y más grande amigo Miguel Rodríguez Lozano, que nos pidió leer su novela Los nombres del aire. El erotismo es el eje sobre el que se construyen sus obras; más allá de la misma historia y de los personajes, es el deseo permanente convertido en la única razón para ser y estar. Ruy Sánchez concibe al deseo como el “motivo de energía de la vida”, que representa, al mismo tiempo, los aspectos animal, magnético e irracional del ser humano.

Después de esta primera lectura, compré el resto de sus obras (sus dos novelas tituladas En los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador, así como una antología titulada Cuentos de Mogador); no voy a mentir diciendo que leí los libros, sólo los compré y guardé en algún recóndito librero. Tiempo después y por accidente lo escuché en un programa de televisión (acostumbro escucharla, en ocasiones sin verla), ahí fue cuando descubrí la atracción que ejercía sobre mí. Más tarde coincidimos en un par de presentaciones de la revista Ostraco, pues Ramón Córdoba, otro buen maestro y amigo, es su editor en Alfaguara; enemiga como soy de rendir cultos públicos, me guardé mi fascinación personal y ni siquiera me acerqué, pero lo observé charlar...

Ayer el azar volvió a juntarnos cuando deambulaba por la escasa programación que brinda la televisión abierta, ahora no sólo fue el cómo, sino las anécdotas que narraba las que me envolvieron, más que los hechos mismos, conservé en la memoria dos breves diálogos:

1. En su primera visita a la isla de Mogador, realizó la travesía en una lancha de motor, junto con su ahora esposa Margarita; cuando se encontraban frente a la blanca ciudad, el lanchero apagó el motor y se sentó esperar. Como buen mexicano, Alberto empezó a sospechar un asalto:

- ¿Qué pasa, se descompuso la lancha?

- No, la apagué; es preciso que la isla nos indique el tiempo y el ritmo en que debemos arribar, así que llegaremos a ella cuando nos reciba.

2. El título de este post, tiene que ver con la segunda plática. Al ir en un transporte público en las calles de Marruecos vio a lo lejos unos árboles desérticos típicos de la región, con manchas negras sobre sus ramas; conforme se acercaban a los árboles distinguió con mayor claridad qué eran las sombras que habitaban entre el follaje y comentó con su compañero de asiento (que era un marroquí):

- Mira, hay cabras en los árboles...

- Las cabras siempre están en los árboles.


Dos maravillas cotidianas, que no tienen mucho de maravilloso en lo cotidiano; en la opinión de Alberto Ruy Sánchez, los escritores deben ser los promotores de las cabras en los árboles. Hoy descubro, sin lugar a dudas, que soy una persona llena de deseo; deseo profundamente pero de repente olvido maravillarme de las cabras en los árboles... Es por ello, que no puedo dejar de compartir un poco de esta escritura que me lleva a redescubrirme:

“Me acercaba a ti sin saberlo. Antes de la medianoche ya habría visitado tu más profunda ciudad y laberinto: encontraría en tu luz un hueco, un mar en el viento, un eco antes del ruido. Me hablarías, con la lengua fugaz de un tiempo roto, de las alas de la calle, de la vida de las piedras más allá de sus orillas. Pero en ese instante, a las doce, estando con la certeza en ti, en tus mareas, fuiste al mismo tiempo furia quieta, conversación de dudas: la inaccesible.”

Alberto Ruy Sánchez [“La inaccesible” en Cuentos de Mogador, México: CONACULTA (Lecturas Mexicanas, tercera serie, N° 89), 1994]

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