agosto 07, 2007

esperar a alguien

El señor Polovski entra en el parque con los primeros rayos del sol.Se sienta en su banco preferido y se pone a esperar. Por lo general está semivuelto hacia el monumento a Orfelín que creció en la orilla del sendero de grava blanca. El sol naciente hace este paisaje insólitamente hermoso, pero el señor Polovski no está llí por el monumento de formas gráciles ni por el maravilloso juego de la suave luz de la mañana, tampoco por el aire fresco. Él está allí para esperar.

Cuando el sol empieza a brillar con más decisión, aparecen las palomas y un poco después, los ancianos. Los granos dorados atraen la alegría de los pájaros. El gorjeo se muda de las copas de los árboles a los cuadros de las flores. Pero el señor Polovski tampoco está en el parque para alimentar a las palomas como sus contemporáneos. Él está allí para esperar.

Conforme avanza el día, el parque se va llenando. Ahora ya están los niños, los que pasean a sus perros, las parejas de enamorados. Se avivan centenares de cascadas de voces, salpican las gotas centelleantes de la risa. Pero tampoco el desfile de la alegría es importante para el señor Polovski. Él está allí para esperar.

Entonces, después de las diez, un suspiro profundo; el señor Polovski se inquieta. Se vuelve por completo hacia el monumento a Orfelín, alrededor del cual da vueltas incansablemente, lo que él notaba tanto en verano como en invierno, la misma mariposa juguetona. Como cada año, eso lo sorprende por un momento, sin embargo se pone a mirar su reloj cada vez más a menudo, recorre su cabello con los dedos, innecesariamente ajusta las solapas de la chaqueta, pasa la mano por el mentón, endereza las cejas, se pellizca las mejillas y se olvida de parpadear por completo.

El señor Polovski la nota desde lejos, en cuanto aparece detrás de los tilos. Hela aquí, en un traje sastre radiante, color arbusto de ciclámenes, llega hasta el monumento y se dirige por el sendero junto al cual está su banco solitario. Alta, con el pelo suelto, de figura grácil. ¡De qué manera camina! La falda de tela delgada se introduce entre sus piernas de manera excitante. El viento desenfadado enloquece alrededor de sus mechones. En torno a su cintura las miradas de los paseantes. Pero ella, ella va directamente hacia él. ¡La grava blanca se desmigaja con sus pasos! ¡La grava blanca susurra con sus pasos! ¡Eso es lo que el señor Polovski espera!

Por supuesto, él sabe que esa chica no va a su encuentro. Ni siquiera la conoce. Pero cuando la misteriosa transeúnte pasa a su lado, cada día alrededor de las once, el señor Polovski se levanta del banco y con la expresión satisfecha en su cara y el corazón lleno como el río primaveral nutrido de agua, se dirige hacia la salida del parque. Sí, piensa entonces, es tan, tan bonito esperar a alguien.

Goran Petrovic. Atlas descrito por el cielo

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