noviembre 10, 2005

recuerdos...

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
-Jorge Manrique-

Ayer recibí una llamada que me extrañó, reconocí la voz pero tuve que preguntar quién era, ya que la voz que escuchaba pertenecía a alguien que no tenía el teléfono de mi oficina.

Vicky es mi comadre desde hace cerca de diez años, aún no logro entender cómo Martín y ella decidieron confiarme a su hijo, pero lo bauticé. Hace poco más de un año hablamos por última vez, poco después de la muerte de mi padre. Entre otras cosas, además de mi pocas ganas de comunicarme con el mundo, en aquel momento tenía problemas y hablaban de separación; situación difícil si tomamos en cuenta que Martín fue mi compañero de aula y amigo, pero ella se ganó mi confianza y cariño, así que dejé que el tiempo determinara nuestro encuentro. Me contó cómo había dado conmigo, gracias a una vieja agenda en la que encontró el número telefónico de mi madre y por fin pudo llegar a mí. Supe que los cerdos, o por lo menos algunos, empiezan a reconciliarse, a agruparse nuevamente. Prometí llamarle para visitarla pronto.

No le mentí, el mes entrante iré a visitarlos; pero reconozco que no me interesa terminar en una reunión comunitaria; he descubierto lentamente que ya no me atrae estar en grandes grupos, tal vez sea la edad, tal vez mi cambio de rumbo... hay una nostalgia de aquellos tiempos, de los momentos buenos, de las tragedias que finalmente no acabaron con el mundo; pero nada más, ya no pertenezco, no hay vínculos presentes.

Cada día muero un poco, no en un sentido depresivo, es una imagen de alivio. No creo que todo tiempo pasado haya sido mejor. Recuerdo esos años con gusto, me entristece las pendejadas que hicimos y dijimos, me duelen los motivos de ruptura... pero no hay nada que recobrar. Son capítulos, personas, espacios que me pertenecen y reconstruyo cuando me hacen falta.

Ahora tengo pocos amigos, disfruto las charlas de café; me gustan las tardes de tele rascando su espalda, adoro que mi boxer nos separe porque se pone celosa; me resultan gratas las pocas visitas a casa de mi madre y las pláticas telefónicas con mis hermanas. Me gusta mi vida, sé que seguirá cambiando y no importa, sé que habrá temporadas altas y también bajas, encuentros y desencuentros; sigo aprendiendo a vivir y me sigo equivocando en el intento; pero me pertenezco y esa sensación reconforta.

Los cerdos son parte de mi pasado, los cofrades también; permanecen en mi esencia y un poco de mí les corresponde; mis regresos ocasionales serán sólo un pequeño alto en el camino para recordar que nada es tan grave, que a pesar de lo que pase, un día, frente a un café o una cerveza, habrá tiempo para rememorar...

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