“La droga de la letra impresa es el centro de mi existencia.” Palabras de José Emilio Pacheco durante la apertura del Foro de Reflexión sobre la Industria Editorial Mexicana, a donde el escritor llegó para hablar en torno a sus pasiones: el libro y la lectura.
Primer encuentro de este tipo del poeta con los editores. “Nunca había hablado en un foro así ni volveré a hacerlo”, advierte, aun cuando destaca la relación que ha tenido con sus editores, ante quienes se avergüenza por haber sido “una pesadilla”, sobre todo porque los constantes cambios que suele hacerle a sus libros.
“Carlos Monsiváis y yo no debíamos ser llamado escritores, somos reescritores”, asegura Pacheco, antes de llamar a la defensa de la lectura “como se defiende al aire y al agua”.
Con esa convicción, ofrece una paradoja: es muy difícil que el libro desaparezca, aunque puede “desaparecer como todo lo que creemos eterno e indestructible.”
“El libro es un gran logro tecnológico, un objeto insuperable para llenar su función de máquina de leer. No requiere de corriente eléctrica no de pilas, no sufre averías técnicas ni puede dejarnos colgados a mitad de la función. Avanza a la velocidad que la persona que lo maneja quiere imprimirle; sobre todo es portátil, puede llevarse a todas partes y usarse a la intemperie o en recintos cerrados.
Códices plásticos, pantallas líquidas, todo lo que se invente mañana puede darme muchas cosas, pero nunca la sensación íntima de estar a solas y acompañado por un libro que apela a todos nuestros sentidos: la sensación de las páginas que se deslizan bajo el pulgar, el olor del papel y la tinta que varían con las épocas y los países.”
Los problemas del futuro
“No encuentro ventaja alguna en una sociedad que prescinda de la lectura. Creo en el juicio radical de Leonardo Sciascia: la desaparición de la letra impresa significaría la recaída en la oscuridad y en la barbarie”, menciona Pacheco, sin embargo, recuerda que hubo herramientas que se creían indestructibles y eternas, pero han desaparecido: las cartas.
El género epistolar sucumbió ante la era electrónica, el fax y el correo electrónico, aun cuando con ellos ya nunca más se escriban cartas en el sentido antiguo, una forma indispensable porque en ellas decíamos lo que nunca se dirá en voz alta y en presencia física de la otra persona.
Por ello piensa que el libro también puede terminar, no así la lectura, pues nada sustituye “el placer silencioso de estar a solas con los muertos y los ausentes”.
“Perderemos muchos sin los libros, pero nada sería comparable a la desaparición de la prosa como instrumento de pensar. Sólo por escrito podemos fijar y ordenar el pensamiento y el recinto de la prosa, su hogar por naturaleza, es el libro. La lectura nos hace humanos. Defender el libro es luchar por el presente, por el porvenir y, sobre todo, por nuestra común humanidad amenazada”.
Jesús Alejo, Ciudad de México
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