agosto 18, 2005

Más de José Emilio Pacheco

Mi poeta favorito, sin duda alguna, frecuentemente me encuentro con pequeñas joyitas en sus poemas:

La sirena

En el domingo de la plaza, la feria
y la barraca y el acuario con tristes
algas de plástico, fraudulentos corales.
Cabeza al aire, la humillada sirena,
acaso hermana de quien cuenta su historia.

Pero el relato se equivoca: De cuando acá
las siereenas son monstruos
o están así por castigo divino.

Más bien ocurre lo contrario: Son libres,
son instrumentos de poesía.
Lo único malo es que no existen.
Lo realmente funesto es que sean imposibles.


A veces me parece que hay una que otra sirena escondida por ahí, nos canta al oído, nos fascina su mágica voz y sentimos enloquecer...

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